martes, 1 de mayo de 2007

"Walpurgis"

Saludos, compañeros y compañeras: feliz día del trabajo para todos, sea cual sea vuestra natural inclinación por la maldición bíblica de marras. Pareciera, con cada nuevo 1st May, como que hubiera menos que reivindicar y, paradójicamente, menos que conmemorar, ¡pocos se acuerdan de los mártires de Haymarket! ¡Como para ponerse a contar batallitas estando las hipotecas como están...! Pero antes todavía de que el capitalismo conviertiera a los proletarios en héroes con todo merecimiento, este ya era y es un día de celebraciones, en efecto, es la antesala del mes consagrado a la Madre de Dios y Madre nuestra ¡que nunca nos deje de su mano e intercesión!, y antes aún ¡no demasiado, no creáis, no es tan vasta la altura que separa la luz de las inmundas tienieblas! fue, digamos, fecha señalada en el calendario por motivos más... oscuros. Pero veamos, acaso esta pasada noche... ¿no notasteis nada? ¿Ningún escalofrío agitó vuestros sueños por debajo de las sábanas? ¿Ninguna esquelética rama tamborileó indecorosamente sobre el vidrio de la ventana? ¿No os hizo muecas la enferma luna? Y si sois de los que, en esa noche, se arrastran, contumaces, allá donde brilla el resplandor vacilante de antros y tabernas, ¿nadie se os cruzó en el camino trazando espantadas cruces mitad a vosotros mitad a la vacía negrura de las callejas? En cualquier caso ¿no despertasteis esta mañana con un ligero e indefinible ALIVIO de, ¡precisamente!... haber despertado? ¿... EH? ¿La “razón”? Hay que susurrarla, no pregonarla en la plaza como un romance de ciego, así que acercadme vuestro oído un instante:
Hexennacht, HEXENNACHT... la-las brujas ¡las brujas! ...Ya lo sabes insensato, vuelve a tu casa y enciende una vela a Santa Walburga y otra a San José ¡Punto en boca! Desaparece como yo desaparezco de vuelta a mi aposento, sin añadir más locuras a oídos tan poco circunspectos... Y cuando se oculte este sol raquítico y se agranden las sombras, entonces ¡oh sí! entonces...


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RELATO

por el Capitán Marryat

(...) Por fin llegaron al islote. Desembarcaron los azadones y pronto pudieron mostrar al comandante el cocotero bajo el cual habían enterrado el dinero. Fueron extrayendo saco tras saco y amontonándolos en la playa.

El comandante había vuelto un instante la espalda para dar prisa a sus soldados, cuando tres o cuatro puñales se clavaron en su espalda. Murió casi instantáneamente, mientras Felipe y Krantz contemplaban la escena.
Nosotros no queremos nada -dijeron inmediatamente, pese a que Pedro les indicó que podrían recibir su parte en el botín. Lo hacían porque lo más probable es que los portugueses no quisieran repartir el oro.
Por cierto que aquel oro parecía maldito. Tan pronto como los portugueses enterraron el cadáver de su antiguo comandante, se suscitó entre ellos una reyerta. Sin perder tiempo, Krantz y Felipe embarcaron en uno de los navíos y dejaron el otro para los soldados.
-Se matarán entre ellos, como los marineros del Utrech -dijo Krantz-. Ese dinero no trae más que la desgracia. Lo único que siento es haber dejado al pobre Pedro con ellos.
-Y ahora -dijo Felipe-, debemos hacer rumbo hacia los parajes frecuentados por los barcos que se dirigen a occidente y tomar pasaje en alguno de ellos para llegar a Goa.
Fijaron su rumbo por las islas, de día, y por las estrellas, de noche, y comenzaron el largo viaje hacia la libertad, según pensaban ellos. Una mañana, Felipe le dijo a su compañero:
-Me dijo usted que un acontecimiento de su vida corroboraba eN cierto modo la historia de mi juramento y de mis desdichas. ¿Qué es? ¿Qué sucesos fueron esos?
-Sí -respondió su segundo pensativo-. ¿Ha oído usted hablar de las montañas del Hartz? ¿No? Es una región muy agreste y de la que se relatan historias muy extrañas. Allí hay seres perversos y yo puedo dar fe de ellos, puesto que con uno tuve tratos.
“Mi padre no procedía del Hartz, sino que era siervo de un noble húngaro que tenía grandes propiedades en la Transilvania, pero aunque siervo no era ni pobre ni ignorante. Por el contrario, había sido elevado a la dignidad de mayordomo. Sin embargo el que nace siervo conserva allí su condición toda la vida, aunque como ya le digo mi padre llegó a reunir una pequeña fortuna.
“Eramos tres hermanos. César, el mayor, yo, que me llamo Hermann y mi hermana Marcela, la pequeña. Mi madre era una mujer muy hermosa, pero por desgracia más bella que virtuosa. El señor de la tierra la vió y la admiró. Envió a mi padre fuera de la provincia en una comisión y durante su ausencia mi madre le fue infiel con el señor.
“Mi padre regresó inopinadamente y descubrió la traición: sorprendió a los dos en flagrante delito de adulterio y los mató a ambos. Como siervo, nada podría librarle del castigo, por lo que recogió todo el dinero que pudo, enganchó los caballos al trineo y nos llevó con él, internándose en las montañas del Hartz. Naturalmente todo esto lo supe mucho después.

“Mis recuerdos alcanzan a una pequeña cabaña en la que vivíamos, en medio de la profunda selva que cubre esa parte de Alemania. Alrededor de la cabaña había unas cuantas fanegas de tierra que mi padre cultivaba durante el verano. En el invierno mi padre iba a cazar y nos dejaba en la cabaña. Esta distaba más de dos millas de la más próxima vivienda.
“Nadie le ayudaba a cuidarnos, pero aun cuando hubiera encontrado una mujer dispuesta a hacerlo, no la habría admitido, porque había cobrado una gran repulsión hacia las mujeres. Nuestra educación estaba por tanto muy descuidada y, debido a su desgracia, si bien a mi hermano César y a mí nos trataba bien, no ocurría lo mismo con la pequeña Marcela, mi hermanita, a la que maltrataba, aunque ella le quería mucho.
“Cuando salía a cazar no nos dejaba fuego encendido por miedo a que quemáramos la casa, así que pasábamos mucho frío, y permanecíamos silenciosos esperando a que regresara, para poder comer algo, y a que llegase la primavera para poder salir y escuchar el canto de las aves.
“Así vivimos hasta que mi hermano César cumplió nueve años, yo siete y mi hermanita cinco.
“Una noche mi padre volvió a casa muy tarde. No había cazado nada y venía yerto de frío y de muy mal humor. Había traído leña y cuando le ayudábamos a hacer fuego, cogió a mi hermana por un brazo y la tiró a un lado. Ella comenzó a echar sangre por la boca, pero ni siquiera se atrevió a llorar. Mi hermano y yo nos sentamos a su lado, mientras mi padre se calentaba al fuego. Poco después se oyó el aullido de un lobo en la puerta.

“Mi padre cogió su escopeta y salió. Aunque era brusco con nosotros, le amábamos y temimos por su vida.
“Lavamos la sangre de Marcela y nos acercamos al fuego para calentarnos. Luego Marcela dijo que hiciéramos un poco de cena para que nuestro padre se pusiera contento si venía.
“Así lo hicimos. No obstante no tardó en llegar mi padre, acompañado de una joven y de un hombre alto y moreno, vestido de cazador.
“Mi padre nos relató que al salir persiguiendo al lobo, había visto sus pisadas y luego a un hermoso lobo blanco, el cual se retiraba gruñendo. Mi padre lo siguió. El lobo no corría, pero se alejaba al mismo paso que mi padre. Mi padre lo persiguió durante horas ya que el lobo blanco es muy raro y su piel se paga bien.
“Mi padre lo siguió hasta un claro en el bosque, uno de esos claros que los campesinos asocian con los brujos, y bruscamente el lobo desapareció cuando mi padre lo apuntaba con su escopeta. Un momento después oyó el sonido de un cuerno de caza. A los pocos instantes se presentó un hombre alto, montado a caballo con una mujer a la grupa. El hombre le dijo a mi padre que se habían perdido en la selva, y que eran perseguidos. Si no encontraban pronto cobijo, morirían de hambre y de frío.

“Mi choza está a pocas millas -respondió mi padre-. Pueden ustedes llegar hasta ella, descansar y reponer sus fuerzas, además de calentarse. ¿De dónde vienen?
-”Nos hemos escapado de Transilvania, donde el honor de mi hija y mi vida estaban en peligro. Por cierto, que mi hija está medio helada.
“Mi padre les dijo que había llegado allí persiguiendo a un lobo, y ellos respondieron que un lobo blanco se había cruzado en su camino.
“Por fin llegaron a la cabaña, donde ya nosotros habíamos preparado la cena. La mujer era joven de unos veinte años de edad. Llevaba un traje con guarniciones blancas, piel y un gorro de armiño blanco. Su cabello era rubio brillante, pero había algo en sus ojos que a nosotros nos hizo estremecer. Sus miradas parecían furtivas e inquietas. Pero era muy hermosa, pese a todo.
“Esa noche nosotros no pudimos dormir apenas, no acostumbrados a la presencia de extraños en mi casa. Mi padre habló durante mucho rato con los forasteros, y el hombre le contó que era un siervo de un señor transilvano y que éste quería seducir a su hija. El hombre había matado a su señor. Mi padre observó que su historia era muy parecida a la suya y en efecto, la relató. Resultó que ambos eran primos, o al menos así dijo el hombre, que se llamaba Wilfredo.
“A la mañana siguiente la joven se levantó y quiso acariciar a Marcela, pero ésta no podía resistir su contacto, sin saber por qué.
“Para no alargar la historia, aquellos dos pasaron quince días en casa, transcurridos los cuales, mi padre le pidió a Wilfredo la mano de su hija.
“-Lo concedo -respondió el otro-. Como aquí no hay cura alguno, yo mismo os uniré. Juntad vuestras manos y tú, primo, repite conmigo: “Juro por todos los espíritus de las montañas del Hartz...”
-”No, juro por el Cielo -dijo mi padre.
-”No es esa mi costumbre -respondió Wilfredo-. Si no lo repites no te casarás con mi hija.
“Mi padre, aunque a regañadientes, lo hizo. Juró que tomaría a Cristina por mujer y que la protegería y amaría y que no la golpearía jamás.
“Luego Wilfredo añadió:
-”Jura ahora: “Juro por todos los poderes que ejercen el bien y el mal y que la venganza de los espíritus caiga sobre mí y sobre mis hijos, que perezcan en las garras del buitre, del lobo y de las alimañas, y que sus carnes sean despedazadas y sus huesos blanqueen en la espesura...”
“Naturalmente, mi padre vaciló al repetir las últimas palabras. Marcela se había echado a llorar.
“Wilfredo, la mañana siguiente, dijo que tenía que partir y así lo hizo. Una vez casados, nuestra madrastra dejó de comportarse bien con nosotros y nos golpeaba y maltrataba cuando mi padre salía a cazar.
“Una noche mi hermanita nos dijo que nuestra madrastra había salido, vestida con su bata de dormir, y poco después oímos un lobo aullar en la puerta. César dijo que el lobo podría devorar a Cristina, pero a los pocos instantes entró Cristina de nuevo. Nos hicimos los dormidos y la vimos lavarse en una palangana.
“Los tres temblábamos y decidimos vigilar a la noche siguiente. En efecto, Cristina volvió a salir, y volver al poco tiempo, mientras sonaba el aullido del lobo. Naturalmente no le dijimos nada a nuestro padre. Así ocurrió durante muchas noches, hasta que una, César, que era un muchacho muy valiente, tan pronto como Cristina abandonó el lecho, salió tras de ella, con la escopeta. No había transcurrido mucho tiempo cuando oímos el ruido de un disparo que no despertó a mi padre. Cristina entró poco después, con la bata de noche llena de sangre. Se lavó, y quemó la bata en la chimenea, mientras yo tapaba la boca de Marcela para que no gritase. Mi padre no se despertó. De la pierna de Cristina salía sangre en abundancia, que ella curó. Pero, ¿qué había sido de César?
“Cuando mi padre despertó, le ppregunté que dónde estaba César, mi padre vio que le faltaba la escopeta y salió. No tardó en volver con el cuerpo de nuestro hermano, mutilado y muerto. Le dejó en el suelo y se quedó con la cabeza cogida entre las manos.

-Acostaos -dijo Cristina con rudeza-. Vuestro hermano salió a perseguir a un lobo, imprudentemente, y el animal ha sido más fuerte que él y lo ha matado. Pobre muchacho, ha pagado cara su ligereza.
“Ese día mi padre enterró a mi hermano, pero dos días más tarde volvió diciendo que las alimañas habían desenterrado el cadáver y lo habían devorado. Mientras, mi madrastra me miraba con ojos que echaban chispas, por lo que callé. Ella siguió saliendo por las noches, mientras mi padre dormía.
“Llegó la primavera y mi padre y yo trabajábamos en el campo. Mi madrastra dijo que iba al bosque por unas hierbas y Marcela quedó en la cabaña. Al poco tiempo mi padre y yo oímos gritar a mi hermanita y corrimos. Cuando llegábamos a la puerta de la cabaña, vimos salir de ésta un gran lobo blanco que huyó. Mi padre y yo entramos en la cabaña y vimos a la pobre Marcela expirando. Estaba atrozmente mutilada. Nos miró afectuosamente unos segundos y luego murió. Cuando estábamos inclinados sobre ella, regresó Cristina, que dio algunas muestras de dolor al ver la escena.
“Mi padre parecía no reponerse de aquella nueva pérdida. Enterró a mi hermana, y esa noche ví a mi madrastra salir de la casa. Me vestí y la seguí. Pero cuál no sería mi horror, al descubrir a Cristina muy afanada quitando la tierra de la sepultura, arrojándola hacia atrás como hacen los animales. Por fin desenterró el cuerpo y no pudiendo resistir el horror, volví a la cabaña y le grité a mi padre que los lobos estaban allí. Cogió su escopeta y salimos. Cuál no sería nuestro espanto cuando vimos a Cristina devorando el cadáver de la pobre niña. Mi padre disparó sobre ella, y después cayó desmayado. Yo permanecí a su lado hasta que recobró los sentidos.
“Se puso en pie y nos acercamos a la fosa. Junto a los restos de mi pobre hermana había una gran loba blanca, muerta.

-”¡Dios mío, he tenido relaciones con los espíritus del Hartz! -exclamó aterrado. Después enterramos los restos de mi hermana y cubrimos la sepultura con piedras. A la mañana siguiente oímos fuertes golpes en la puerta. Entro Wilfredo.
-”¿Dónde está mi hija? -gritaba colérico.
“-Donde debe estar ese diablo -respondió mi padre-. ¡En el infierno!
“-Pobre mortal que desafía a los espíritus del Hartz -respondió Wilfredo-. Ya sentirás sobre tí su cólera.
“-Fuera de aquí, demonio.
“Mi padre levantó el hacha y la dejó caer sobre el cuerpo de Wilfredo, pero la hoja pasó a través de su figura sin ocasionarle el menor daño. Mi padre perdió el equilibrio y cayó al suelo.
“-Mortal -dijo el cazador poniendo el pie sobre la cabeza de mi padre-, nosotros sólo tenemos poder sobre los asesinos. Tú has cometido dos crímenes, pagarás la pena a la que te sometiste por el juramento. Dos de tus hijos han perecido ya. El tercero los seguirá, sin duda, porque tu juramento fue aceptado. Mi castigo es que vivas aunque podría matarte ahora mismo.
“Y dicho esto, el espíritu desapareció. Mi padre se alzó del suelo, me abrazó con ternura, y se arrodilló para rezar.
“A la mañana siguiente abandonamos de nuevo la cabaña, dirigiéndonos a Holanda, donde al fin llegamos. Mi padre llevaba algún dinero, pero a los pocos días de encontrarnos en tu tierra, le acometió una fiebre cerebral y murió delirando. A mí me llevaron a un asilo y más tarde me alistaron como marinero. Ya conoces mi historia. La cuestión es si debo o no sufrir la pena por el juramento de mi padre. Estoy convencido de que de una forma otra, la sufriré al fin.

Felipe y Krantz divisaron al fin, tras veintidós días de navegación las altas tierras de Sumatra. Pese a las privaciones, su salud no se había alterado, pero desde que relatara su historia, Krantz parecía obsesionado por los recuerdos y el pesimismo. Cuando Felipe hablaba de Goa, le dijo:
-Tengo el presentimiento de que no veré esa ciudad. (...) FIN

5 comentarios:

Desde Elea dijo...

En esa Pintura de Valdes Leal “finis gloriae mundi”, que maravillosa conjugación de arte y filosofía, ¡cuantas cosas contadas! En unos pocos trazos, dice lo mismo que muchas enciclopedias...

Un saludo

Martín dijo...

Saludos. ¿Verdad que es TREMENDA? A mí hay un detalle que siempre me impresiona mucho: el contraste entre el estatismo absoluto de la escena macabra y el dinamismo incontenible de esa aureola celestial de nubes de fuego que rodea la mano del Supremo Juez. La Historia y sus azares se resolverán en el helor y el légamo hediondo de una tumba, pero hay, en lo Alto, otra Historia de esplendor, movimiento, Verdad y variedad inenarrables, que no puede morir, porque en ella habita y se muestra la Vida eterna siempre en su descanso, y siempre en su cénit. Gracias por visitar, desde Elea, esta tenebrosa estancia, cuya oscuridad, sin embargo, pa ná es aquella agusanada y fría de los sepulcros, sino la aterciopelada del cielo nocturno por encima de una buena conversación. ¡Vuelva pronto!

Eduardo Zugasti dijo...

Sólo pasaba para saludar y altertarle de que me he permitido agregar su tenebrosa estancia a mi "blogroll".

Leeré mejor mañana el diálogo de Schmitt, pero a botepronte me ha recordado un pasaje de Aristóteles en la Política: el diálogo de los leones y las liebres.

Martín dijo...

¡Hombre, Eduardo! Pues, en fin, no sé que decir, excepto que MUCHAS GRACIAS por hacerme un hueco. Conste que yo ya tenía a su impresionante "Tabula rasa entre los favoritos de mi navegador. Además, si llega el día en que el número de visitas mostradas en el contadorcito de Bravenet como procedentes de Google y otros buscadores, es un poco más que, casi nulo como hasta ahora, no dude en que haré lo propio con su espacio y otros varios que tengo preparados. Gracias de nuevo por el detalle.

En cuanto a lo de Schmitt, es una iniciativa impagable de José Mª Rodríguez Vega, que publicó ése y otros diálogos en el foro “Teoría Política” del bien conocido -y en otro tiempo frecuentado -por vd sitio foril de “Nódulo Materialista”.

A propósito de su abandono de aquellos foros, estimado Eduardo, lo cierto es que me quedó como un cierto regusto chungo de que no volviese vd a terciar con sus comentarios por allá. ¿Recuerda quizá que ahuecamos vd y yo al unísono por ciertas discrepancias con un moderador?

Supongo que sabrá que el error que dio origen a las mismas fue pronta y correctísimamente SUBSANADO. Personalmente entiendo que aquellos foros -en mi opinión los mejores del "ciber-panorama" -digamos que no ganaron con su marcha, Eduardo.

De cualquier modo, ha sido un alegrón enterarme, gracias a una intervención suya en la -acogedora como pocas -web del Sr Freman, ”Opiniones de un Extraño", de que se le puede leer a vd con regularidad en el ámbito bloguero.

En fin, sea donde sea, seguiré con interés sus textos. Un abrazo. Y ya sabe dónde tiene vd, también, su casa.

Anónimo dijo...

La verdad es que no me apetecía seguir terciando en polémicas que solían resolverse golpeándote en la cabeza con "El mito de la izquierda", o con cualquier otro texto canónico del materialismo filosófico. No es lo que entiendo por debate intelectual, y también es obvio que no estoy de acuerdo con el "giro a la izquierda", si puede llamarse así, del filomat. Digo esto porque observo que algunos me incluyen ahora entre la "derecha buenista". Pues, lo cierto es que no me desagrada el título, siempre que se tome en tono de comedia. Pero en fín, me gusta.

Los foros están bien, son útiles -por ejemplo para conocer estos textos de Schmitt-; pero pertenecen a un modelo antiguo de Internet. La blogosfera, en cambio, es más dinámica (al menos para mí ha sido mucho más fructífera), compatible con lo que llaman "Internet 2.0".

Saludos.