domingo, 20 de mayo de 2007

DOS CANCIONES







I:

Fortuna, no m'amenazes
ni menos me muestres gesto
mucho duro,
que tus guerras y tus pazes
conosco bien, y por esto
no me curo;
antes tomo más denuedo,
pues tanto almazén de males
has gastado,
aunque tú me pones miedo
diziendo que los mortales
has guardado.

Y qué más puede passar,
dolor mortal ni passión
de ningún arte,
que ferir y atrauessar
por medio mi coraçón
de cada parte?
Pues vna cosa diría
y entiendo que la jurasse
sin mentir:
que ningún golpe vernía
que por otro no acertasse
a me herir.

Piensas tú que no soy muerto
por no ser todas de muerte
mis heridas?
Pues sabe que puede, cierto,
acabar lo menos fuerte
muchas vidas.
Mas está en mi fe mi vida,
y mi fe está en el beuir
de quien me pena,
assí que de mi herida
yo nunca puedo morir,
sino de agena.

Y pues esto visto tienes,
que jamás podrás conmigo
por herirme,
torna agora a darme bienes
porque tengas por amigo
ombre tan firme.
Mas no es tal tu calidad
para que hagas mi ruego,
ni podrás,
c'hay muy gran contrariedad:
porque tú te mudas luego;
yo, jamás.

Y pues ser buenos amigos
por tu mala condición
no podemos,
tornemos como enemigos
a esta nuestra quistión
y porfiemos,
en la qual, si no me vences,
yo quedo por vencedor
conoscido.
Pues dígote que comiences,
y no devo haver temor,
pues te combido.

Que ya las armas proué
para mejor defenderme
y más guardarme,
y la fe sola hallé
que de ti puede valerme
y defensarme.






Mas ésta sola sabrás
que no sólo m'es defensa,
mas victoria;
assí que tú lleuarás
de este debate la ofensa,
yo, la gloria.
De los daños que m'as hecho,
tanto tiempo guerreado
contra mí,
me queda sólo vn prouecho,
porque soy más esforçado
contra ti,
y conozco bien tus mañas,
y en pensado tú la cosa,
ya la entiendo,
y veo cómo m'engañas;
mas mi fe es tan porfiosa,
que lo atiendo.

Y entiendo bien tus maneras
y tus halagos traydores
nunca buenos,
que nunca son verdaderas,
y en este caso d'amores
mucho menos.
Ni tampoco muy agudas,
ni de gran poder ni fuerça,
pues sabemos
que te buelues y te mudas,
mas Amor nos manda y fuerça
qu'esperemos.

Que tus engaños no engañan
sino al que amor desigual
tiene y prende;
que al mudable nunca dañan,
porque toma el bien y el mal
no lo atiende.
Estos me vengan de ti,
pero no es para alegrarme
tal vengança
que, pues tú heriste a mí,
yo tenía de vengarme
por mi lança.

Mas vengança que no puede,
sin la firmeza quebrar,
ser tomada,
más contento soy que quede
mi herida sin vengar
que no vengada.
Mas con todo he gran plazer,
porque tornan tus bonanças
y no esperan,
ni duran en su querer
a que bueluan tus mudanças
y que mueran.

CABO

Desd'aquí te desafío
a huego, sangre y a hierro
en esta guerra;
pues en tus bienes no fío,
no quiero esperar más yerro
de quien yerra.
Que quien tantas vezes miente,
aunque ya diga verdad,
no es de creer;
pues ayrado ni plaziente,
tu gesto mi voluntad
no quiere ver.
JORGE MANRIQUE (1440?-1479)
(Semblanza por F. J. Losantos)




II:



ESTURIÓN. LP "Vicio" (1989)

martes, 15 de mayo de 2007

De los FUERTES: Santos y héroes

«Yüsuf ben Tasüfin, nuevo emir del imperio almorávide al norte de África, desembarca en Algeciras en 1086. Acaudilla formidable ejército, y cuatro meses después Alfonso VI sufre una terrible derrota en Zalacá.
En 1090, desembarca por tercera vez. Fracasa en la conquista de Toledo y devasta tierras y castillos. Al de Majerit también le llegó su turno y la aldea fue saqueada.
El miedo obliga a sus pacíficos y laboriosos campesinos a abandonar la villa. ISIDRO emprende ruta hacia el Norte. Se detiene en Torrelaguna, donde tiene algunos lejanos parientes. Un rico labrador le encarga de cultivar sus fincas.
La vulgaridad de los mediocres nunca está ociosa, y como el envidioso, adelgaza con la gordura ajena. Los compañeros de labor no tardan en hacerle blanco de falsas acusaciones. El amo crédulo y superficial, ignora la fidelidad laboriosa de Isidro. Cree las patrañas de sus colegas.



...Sigue leyendo:


Le somete a la prueba y le exige mayor rendimiento. El santo con paciente humildad soporta la calumnia y la prueba, pero defiende su dignidad con entereza. Encarna las virtudes propias del castellano viejo. Laboriosidad, honradez, discreción. Aprecia al hombre por lo que es, no por lo que tiene.
Era costumbre en Castilla que el señor entregase como salario a sus criados unas parcelas de tierra, el pegujal. Trabaja su pegujal y logra cuantioso grano. La avaricia del amo coloca al santo en trance difícil. Calma las iras del dueño. Le dice: "Tomad, señor, todo el grano. Yo me quedaré con la paja". Dios se encarga siempre de confundir la envidia y codicia. El poco trigo que entre la paja había quedado, se multiplica milagrosamente con pasmo de todos.
En Torrelaguna conoce a MARÍA, con la que contrae un esponsalicio santo. Ella, según los biógrafos, es cristiana recia, amante del trabajo y asidua en la oración.
La Historia la conoce con el nombre de Sta. María de la Cabeza. Al morir, su cabeza fue trasladada a una ermita no lejos de Torrelaguna.
Los esposos desean consagrarse más a Dios, y deciden vivir separados. María se retira a una ermita y el santo permanece solo. Volverían a unirse en los últimos años de su vida y tienen un hijo único.
Nostalgia de su villa natal siente en este destierro, cara a las lejanas cumbres de Somosierra. Añora su querida Magerit.
Alfonso I el Batallador toma Zaragoza, expulsando a los almorávides. La hora de partir para Isidro y María había sonado. Las risueñas y fértiles riberas del Manzanares vuelven a alegrar sus ojos, y entran gozosos en la villa que ya no abandonará el santo hasta su muerte.
Juan de Vargas, encandilado por sus cualidades, le pone al frente de sus dilatadas y riquísimas posesiones que se abren hacia la anchurosa meseta.
Lustros y lustros de trabajo sencillo, oculto y gozoso. Se parece al canto de los pájaros que revolaban bulliciosos en torno a sus mansos bueyes. Muere Alfonso VI y: le sucede Alfonso VII, Alfonso VIII, pero Isidro tiene su corazón puesto donde están los verdaderos gozos. Sabe que esta vida es buena pero miserable, y que la eterna es mejor y además feliz.
El santo es tan pobre que no podía serlo más. No cultiva su prado, viña o pegujal, y trabaja los campos de Juan. Al anochecer, se descubre siempre respetuoso ante su señor y le dice: "Señor amo, ¿a dónde hay que ir mañana?" Vargas le señala la tarea de la jornada. Sembrar, arar, barbechar, limpiar y podar vides o levantar la cosecha.
Al día siguiente a la Virgen de la Almudena o a Sta. María de Atocha, guiaba sus bueyes hacia las colinas onduladas de Carabanchel. Las tierras de Getafe y Móstoles, las umbrías y acogedoras orillas del Jarama, las riberas del Manzanares recogían agradecidas sus sudores ardientes.
Horas y horas de labor bajo sol calcinante o lluvia pertinaz. Trabaja sin prisas ni pausas, esperando con paciencia la venida del Señor que "está cerca", como recuerda la primera lectura de la Misa (Sant 5,7-8).
Un trabajo ennoblecido por las claridades de la fe. La frente bañada en el oro del cielo, y el alma envuelta en las caricias ásperas o suaves de la madre tierra. Cielo, terruño son los únicos libros de aquel labrador incansable que no sabe leer. Rebosa felicidad mirando a Dios en la naturaleza, y adorándole presente en su alma. ¡Cuántas veces, entre ventiscas y tempestades o en los días serenos y luminosos, le cantaría: "Eres tan grande que no cabes en el firmamento... y tan pequeño que te encierras en mi corazón"! Nunca se fatiga, y si se fatiga ama la misma fatiga, pues el amor le hace encontrar descanso en el trabajo.
Calderón de la Barca, el maestro Espinel, Lope de Vega y Guillén de Castro, entre otros, le cantan en versos inmortales. Las mesetas de Castilla quedarán siempre iluminadas y fecundadas con su sencillez y paciencia. No hizo nada extra, pero fue un héroe que sembraba en la tierra una cosecha de eternidad. En su zamarra de labriego podría bordarse una cruz y un arado. Con letras de oro, ora et labora».

Tomás Morales S. J., «Semblanzas»

«Pues me parece que el atleta valiente, una vez desnudo para luchar en el estado de la piedad, debe sufrir con valor los golpes que le den los contrarios, con la esperanza de la gloria del premio. Pues que todos aquellos que en los juegos gimnásticos se han acostumbrado a las fatigas de la lucha, jamás desmayan por el dolor de los golpes; antes bien, despreciando los males presentes por el deseo del triunfo, atacan de cerca de sus adversarios. De la misma manera, aunque al varón virtuoso le acontezca alguna cosa desagradable, no por eso perderá su gozo».

SAN BASILIO, Homilía sobre la alegría.

martes, 1 de mayo de 2007

"Walpurgis"

Saludos, compañeros y compañeras: feliz día del trabajo para todos, sea cual sea vuestra natural inclinación por la maldición bíblica de marras. Pareciera, con cada nuevo 1st May, como que hubiera menos que reivindicar y, paradójicamente, menos que conmemorar, ¡pocos se acuerdan de los mártires de Haymarket! ¡Como para ponerse a contar batallitas estando las hipotecas como están...! Pero antes todavía de que el capitalismo conviertiera a los proletarios en héroes con todo merecimiento, este ya era y es un día de celebraciones, en efecto, es la antesala del mes consagrado a la Madre de Dios y Madre nuestra ¡que nunca nos deje de su mano e intercesión!, y antes aún ¡no demasiado, no creáis, no es tan vasta la altura que separa la luz de las inmundas tienieblas! fue, digamos, fecha señalada en el calendario por motivos más... oscuros. Pero veamos, acaso esta pasada noche... ¿no notasteis nada? ¿Ningún escalofrío agitó vuestros sueños por debajo de las sábanas? ¿Ninguna esquelética rama tamborileó indecorosamente sobre el vidrio de la ventana? ¿No os hizo muecas la enferma luna? Y si sois de los que, en esa noche, se arrastran, contumaces, allá donde brilla el resplandor vacilante de antros y tabernas, ¿nadie se os cruzó en el camino trazando espantadas cruces mitad a vosotros mitad a la vacía negrura de las callejas? En cualquier caso ¿no despertasteis esta mañana con un ligero e indefinible ALIVIO de, ¡precisamente!... haber despertado? ¿... EH? ¿La “razón”? Hay que susurrarla, no pregonarla en la plaza como un romance de ciego, así que acercadme vuestro oído un instante:
Hexennacht, HEXENNACHT... la-las brujas ¡las brujas! ...Ya lo sabes insensato, vuelve a tu casa y enciende una vela a Santa Walburga y otra a San José ¡Punto en boca! Desaparece como yo desaparezco de vuelta a mi aposento, sin añadir más locuras a oídos tan poco circunspectos... Y cuando se oculte este sol raquítico y se agranden las sombras, entonces ¡oh sí! entonces...


...Sigue leyendo:



RELATO

por el Capitán Marryat

(...) Por fin llegaron al islote. Desembarcaron los azadones y pronto pudieron mostrar al comandante el cocotero bajo el cual habían enterrado el dinero. Fueron extrayendo saco tras saco y amontonándolos en la playa.

El comandante había vuelto un instante la espalda para dar prisa a sus soldados, cuando tres o cuatro puñales se clavaron en su espalda. Murió casi instantáneamente, mientras Felipe y Krantz contemplaban la escena.
Nosotros no queremos nada -dijeron inmediatamente, pese a que Pedro les indicó que podrían recibir su parte en el botín. Lo hacían porque lo más probable es que los portugueses no quisieran repartir el oro.
Por cierto que aquel oro parecía maldito. Tan pronto como los portugueses enterraron el cadáver de su antiguo comandante, se suscitó entre ellos una reyerta. Sin perder tiempo, Krantz y Felipe embarcaron en uno de los navíos y dejaron el otro para los soldados.
-Se matarán entre ellos, como los marineros del Utrech -dijo Krantz-. Ese dinero no trae más que la desgracia. Lo único que siento es haber dejado al pobre Pedro con ellos.
-Y ahora -dijo Felipe-, debemos hacer rumbo hacia los parajes frecuentados por los barcos que se dirigen a occidente y tomar pasaje en alguno de ellos para llegar a Goa.
Fijaron su rumbo por las islas, de día, y por las estrellas, de noche, y comenzaron el largo viaje hacia la libertad, según pensaban ellos. Una mañana, Felipe le dijo a su compañero:
-Me dijo usted que un acontecimiento de su vida corroboraba eN cierto modo la historia de mi juramento y de mis desdichas. ¿Qué es? ¿Qué sucesos fueron esos?
-Sí -respondió su segundo pensativo-. ¿Ha oído usted hablar de las montañas del Hartz? ¿No? Es una región muy agreste y de la que se relatan historias muy extrañas. Allí hay seres perversos y yo puedo dar fe de ellos, puesto que con uno tuve tratos.
“Mi padre no procedía del Hartz, sino que era siervo de un noble húngaro que tenía grandes propiedades en la Transilvania, pero aunque siervo no era ni pobre ni ignorante. Por el contrario, había sido elevado a la dignidad de mayordomo. Sin embargo el que nace siervo conserva allí su condición toda la vida, aunque como ya le digo mi padre llegó a reunir una pequeña fortuna.
“Eramos tres hermanos. César, el mayor, yo, que me llamo Hermann y mi hermana Marcela, la pequeña. Mi madre era una mujer muy hermosa, pero por desgracia más bella que virtuosa. El señor de la tierra la vió y la admiró. Envió a mi padre fuera de la provincia en una comisión y durante su ausencia mi madre le fue infiel con el señor.
“Mi padre regresó inopinadamente y descubrió la traición: sorprendió a los dos en flagrante delito de adulterio y los mató a ambos. Como siervo, nada podría librarle del castigo, por lo que recogió todo el dinero que pudo, enganchó los caballos al trineo y nos llevó con él, internándose en las montañas del Hartz. Naturalmente todo esto lo supe mucho después.

“Mis recuerdos alcanzan a una pequeña cabaña en la que vivíamos, en medio de la profunda selva que cubre esa parte de Alemania. Alrededor de la cabaña había unas cuantas fanegas de tierra que mi padre cultivaba durante el verano. En el invierno mi padre iba a cazar y nos dejaba en la cabaña. Esta distaba más de dos millas de la más próxima vivienda.
“Nadie le ayudaba a cuidarnos, pero aun cuando hubiera encontrado una mujer dispuesta a hacerlo, no la habría admitido, porque había cobrado una gran repulsión hacia las mujeres. Nuestra educación estaba por tanto muy descuidada y, debido a su desgracia, si bien a mi hermano César y a mí nos trataba bien, no ocurría lo mismo con la pequeña Marcela, mi hermanita, a la que maltrataba, aunque ella le quería mucho.
“Cuando salía a cazar no nos dejaba fuego encendido por miedo a que quemáramos la casa, así que pasábamos mucho frío, y permanecíamos silenciosos esperando a que regresara, para poder comer algo, y a que llegase la primavera para poder salir y escuchar el canto de las aves.
“Así vivimos hasta que mi hermano César cumplió nueve años, yo siete y mi hermanita cinco.
“Una noche mi padre volvió a casa muy tarde. No había cazado nada y venía yerto de frío y de muy mal humor. Había traído leña y cuando le ayudábamos a hacer fuego, cogió a mi hermana por un brazo y la tiró a un lado. Ella comenzó a echar sangre por la boca, pero ni siquiera se atrevió a llorar. Mi hermano y yo nos sentamos a su lado, mientras mi padre se calentaba al fuego. Poco después se oyó el aullido de un lobo en la puerta.

“Mi padre cogió su escopeta y salió. Aunque era brusco con nosotros, le amábamos y temimos por su vida.
“Lavamos la sangre de Marcela y nos acercamos al fuego para calentarnos. Luego Marcela dijo que hiciéramos un poco de cena para que nuestro padre se pusiera contento si venía.
“Así lo hicimos. No obstante no tardó en llegar mi padre, acompañado de una joven y de un hombre alto y moreno, vestido de cazador.
“Mi padre nos relató que al salir persiguiendo al lobo, había visto sus pisadas y luego a un hermoso lobo blanco, el cual se retiraba gruñendo. Mi padre lo siguió. El lobo no corría, pero se alejaba al mismo paso que mi padre. Mi padre lo persiguió durante horas ya que el lobo blanco es muy raro y su piel se paga bien.
“Mi padre lo siguió hasta un claro en el bosque, uno de esos claros que los campesinos asocian con los brujos, y bruscamente el lobo desapareció cuando mi padre lo apuntaba con su escopeta. Un momento después oyó el sonido de un cuerno de caza. A los pocos instantes se presentó un hombre alto, montado a caballo con una mujer a la grupa. El hombre le dijo a mi padre que se habían perdido en la selva, y que eran perseguidos. Si no encontraban pronto cobijo, morirían de hambre y de frío.

“Mi choza está a pocas millas -respondió mi padre-. Pueden ustedes llegar hasta ella, descansar y reponer sus fuerzas, además de calentarse. ¿De dónde vienen?
-”Nos hemos escapado de Transilvania, donde el honor de mi hija y mi vida estaban en peligro. Por cierto, que mi hija está medio helada.
“Mi padre les dijo que había llegado allí persiguiendo a un lobo, y ellos respondieron que un lobo blanco se había cruzado en su camino.
“Por fin llegaron a la cabaña, donde ya nosotros habíamos preparado la cena. La mujer era joven de unos veinte años de edad. Llevaba un traje con guarniciones blancas, piel y un gorro de armiño blanco. Su cabello era rubio brillante, pero había algo en sus ojos que a nosotros nos hizo estremecer. Sus miradas parecían furtivas e inquietas. Pero era muy hermosa, pese a todo.
“Esa noche nosotros no pudimos dormir apenas, no acostumbrados a la presencia de extraños en mi casa. Mi padre habló durante mucho rato con los forasteros, y el hombre le contó que era un siervo de un señor transilvano y que éste quería seducir a su hija. El hombre había matado a su señor. Mi padre observó que su historia era muy parecida a la suya y en efecto, la relató. Resultó que ambos eran primos, o al menos así dijo el hombre, que se llamaba Wilfredo.
“A la mañana siguiente la joven se levantó y quiso acariciar a Marcela, pero ésta no podía resistir su contacto, sin saber por qué.
“Para no alargar la historia, aquellos dos pasaron quince días en casa, transcurridos los cuales, mi padre le pidió a Wilfredo la mano de su hija.
“-Lo concedo -respondió el otro-. Como aquí no hay cura alguno, yo mismo os uniré. Juntad vuestras manos y tú, primo, repite conmigo: “Juro por todos los espíritus de las montañas del Hartz...”
-”No, juro por el Cielo -dijo mi padre.
-”No es esa mi costumbre -respondió Wilfredo-. Si no lo repites no te casarás con mi hija.
“Mi padre, aunque a regañadientes, lo hizo. Juró que tomaría a Cristina por mujer y que la protegería y amaría y que no la golpearía jamás.
“Luego Wilfredo añadió:
-”Jura ahora: “Juro por todos los poderes que ejercen el bien y el mal y que la venganza de los espíritus caiga sobre mí y sobre mis hijos, que perezcan en las garras del buitre, del lobo y de las alimañas, y que sus carnes sean despedazadas y sus huesos blanqueen en la espesura...”
“Naturalmente, mi padre vaciló al repetir las últimas palabras. Marcela se había echado a llorar.
“Wilfredo, la mañana siguiente, dijo que tenía que partir y así lo hizo. Una vez casados, nuestra madrastra dejó de comportarse bien con nosotros y nos golpeaba y maltrataba cuando mi padre salía a cazar.
“Una noche mi hermanita nos dijo que nuestra madrastra había salido, vestida con su bata de dormir, y poco después oímos un lobo aullar en la puerta. César dijo que el lobo podría devorar a Cristina, pero a los pocos instantes entró Cristina de nuevo. Nos hicimos los dormidos y la vimos lavarse en una palangana.
“Los tres temblábamos y decidimos vigilar a la noche siguiente. En efecto, Cristina volvió a salir, y volver al poco tiempo, mientras sonaba el aullido del lobo. Naturalmente no le dijimos nada a nuestro padre. Así ocurrió durante muchas noches, hasta que una, César, que era un muchacho muy valiente, tan pronto como Cristina abandonó el lecho, salió tras de ella, con la escopeta. No había transcurrido mucho tiempo cuando oímos el ruido de un disparo que no despertó a mi padre. Cristina entró poco después, con la bata de noche llena de sangre. Se lavó, y quemó la bata en la chimenea, mientras yo tapaba la boca de Marcela para que no gritase. Mi padre no se despertó. De la pierna de Cristina salía sangre en abundancia, que ella curó. Pero, ¿qué había sido de César?
“Cuando mi padre despertó, le ppregunté que dónde estaba César, mi padre vio que le faltaba la escopeta y salió. No tardó en volver con el cuerpo de nuestro hermano, mutilado y muerto. Le dejó en el suelo y se quedó con la cabeza cogida entre las manos.

-Acostaos -dijo Cristina con rudeza-. Vuestro hermano salió a perseguir a un lobo, imprudentemente, y el animal ha sido más fuerte que él y lo ha matado. Pobre muchacho, ha pagado cara su ligereza.
“Ese día mi padre enterró a mi hermano, pero dos días más tarde volvió diciendo que las alimañas habían desenterrado el cadáver y lo habían devorado. Mientras, mi madrastra me miraba con ojos que echaban chispas, por lo que callé. Ella siguió saliendo por las noches, mientras mi padre dormía.
“Llegó la primavera y mi padre y yo trabajábamos en el campo. Mi madrastra dijo que iba al bosque por unas hierbas y Marcela quedó en la cabaña. Al poco tiempo mi padre y yo oímos gritar a mi hermanita y corrimos. Cuando llegábamos a la puerta de la cabaña, vimos salir de ésta un gran lobo blanco que huyó. Mi padre y yo entramos en la cabaña y vimos a la pobre Marcela expirando. Estaba atrozmente mutilada. Nos miró afectuosamente unos segundos y luego murió. Cuando estábamos inclinados sobre ella, regresó Cristina, que dio algunas muestras de dolor al ver la escena.
“Mi padre parecía no reponerse de aquella nueva pérdida. Enterró a mi hermana, y esa noche ví a mi madrastra salir de la casa. Me vestí y la seguí. Pero cuál no sería mi horror, al descubrir a Cristina muy afanada quitando la tierra de la sepultura, arrojándola hacia atrás como hacen los animales. Por fin desenterró el cuerpo y no pudiendo resistir el horror, volví a la cabaña y le grité a mi padre que los lobos estaban allí. Cogió su escopeta y salimos. Cuál no sería nuestro espanto cuando vimos a Cristina devorando el cadáver de la pobre niña. Mi padre disparó sobre ella, y después cayó desmayado. Yo permanecí a su lado hasta que recobró los sentidos.
“Se puso en pie y nos acercamos a la fosa. Junto a los restos de mi pobre hermana había una gran loba blanca, muerta.

-”¡Dios mío, he tenido relaciones con los espíritus del Hartz! -exclamó aterrado. Después enterramos los restos de mi hermana y cubrimos la sepultura con piedras. A la mañana siguiente oímos fuertes golpes en la puerta. Entro Wilfredo.
-”¿Dónde está mi hija? -gritaba colérico.
“-Donde debe estar ese diablo -respondió mi padre-. ¡En el infierno!
“-Pobre mortal que desafía a los espíritus del Hartz -respondió Wilfredo-. Ya sentirás sobre tí su cólera.
“-Fuera de aquí, demonio.
“Mi padre levantó el hacha y la dejó caer sobre el cuerpo de Wilfredo, pero la hoja pasó a través de su figura sin ocasionarle el menor daño. Mi padre perdió el equilibrio y cayó al suelo.
“-Mortal -dijo el cazador poniendo el pie sobre la cabeza de mi padre-, nosotros sólo tenemos poder sobre los asesinos. Tú has cometido dos crímenes, pagarás la pena a la que te sometiste por el juramento. Dos de tus hijos han perecido ya. El tercero los seguirá, sin duda, porque tu juramento fue aceptado. Mi castigo es que vivas aunque podría matarte ahora mismo.
“Y dicho esto, el espíritu desapareció. Mi padre se alzó del suelo, me abrazó con ternura, y se arrodilló para rezar.
“A la mañana siguiente abandonamos de nuevo la cabaña, dirigiéndonos a Holanda, donde al fin llegamos. Mi padre llevaba algún dinero, pero a los pocos días de encontrarnos en tu tierra, le acometió una fiebre cerebral y murió delirando. A mí me llevaron a un asilo y más tarde me alistaron como marinero. Ya conoces mi historia. La cuestión es si debo o no sufrir la pena por el juramento de mi padre. Estoy convencido de que de una forma otra, la sufriré al fin.

Felipe y Krantz divisaron al fin, tras veintidós días de navegación las altas tierras de Sumatra. Pese a las privaciones, su salud no se había alterado, pero desde que relatara su historia, Krantz parecía obsesionado por los recuerdos y el pesimismo. Cuando Felipe hablaba de Goa, le dijo:
-Tengo el presentimiento de que no veré esa ciudad. (...) FIN