lunes, 8 de octubre de 2007

No tenemos derecho

Buenos días, amigos. Hay que retomar el hábito de darle a la tecla, con ese pensamiento me despierto. Mañana valenciana de las malas. La mañana valenciana, cuando sale mala, tiene desabrimientos de pantano, como si la Albufera vecina se desperezara en silencio, lo primero, sacudiéndose las legañas de unos resoles agrios, pochos, que nada vivifican. En esta ominosa mañana valenciana, miro a las palomas turcas con dolor de riñones en la mirada, y ellas me devuelven unos graznidos -estas palomas "infieles" no zurean como nuestras discretas palomas hispanas, no, graznan como las huestes de Selim -que me hielan la sangre. Es, claro, Lunes. Noto, sí, como el desánimo y la pereza me amenazan, llevo aferradas a mis hombros un par de obesas palomas turcas. Puf... dos torvos y malintencionados bajaes.

«Voy a contar una anécdota que oí en una ocasión en la que se decía que el demonio sacó en una ocasión sus armas a subasta delante de innumerables demonios. Sacó sus armas a subasta y Satanás decía: “¿Cuánto dais por esta piedra? Esta es la piedra de la lujuria, infinidad de almas tengo sumergidas en el infierno por esta piedra”. El resto de los demonios subastaba. Después sacó otra piedra “¿Qué dais por esta piedra? Esta es la piedra de la soberbia, tened en cuenta que en el infierno hay vírgenes pero no hay humildes, por lo tanto esta piedra de la soberbia es de un valor incalculable”. Pujaban los demonios, y después de sacar una serie de piedras, de repente dijo: “¡ay!, ahora aquí tengo una piedra, pero esta no la saco a subasta. Esta es la piedra con la que más almas he metido en el infierno, no hay nadie en el infierno que no esté por ella”. Y entonces los demás diablos pujaban y decían: “¡sácala a precio! ¿qué piedra es esa? ¡dínoslo! ¡comunícanos tu secreto!”. No os comunico nada, decía él. “Pero, ¿qué piedra es esa?, le replicaban. ¡Ah!, dijo él, esta es la piedra del desaliento”. (...) Porque es palabra de Dios en San Pablo, que todos los que quieran vivir piadosamente según Cristo, han de padecer persecución. Y en esa persecución iremos quedando poco a poco aislados, solos. Y aquí entran en juego el desaliento y ese pesimismo. No tenemos derecho a ser pesimistas ni a dejarnos desalentar.»

Que no, coleguis, que no... ¡Que ni siquiera tenemos derecho!

Tranquilos pues, OK?

Venga.

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