Titulo original: GESPRÄCH ÜBER DIE MACHT UND DEN ZUGANG ZUN MACHTHABER.
Günther Neske, Pfullingen, 1954.
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¿Sois felices?
¡Somos poderosos!
LORD BYRON
PROTAGONISTAS DEL DIALOGO:
E.-(Estudiante que pregunta.)
C. S.-(Contesta)
El Intermezzo puede ser leído por una tercera persona.
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E.-Antes de que hable usted del poder, tengo que preguntarle una cosa.
C. S.-Dígame, por favor, señor E.
E.-¿Usted mismo tiene poder o no lo tiene?
C. S.-Esta pregunta está muy justificada. Quien habla del poder debería decir previamente en que situación de poder se encuentra él mismo.
E.-Pues bien, ¿tiene usted poder o no lo tiene?
C. S.-Yo no tengo poder. Soy de los que carecen de poder.
E.-Esto es sospechoso.
C. S.-¿Por qué?
E.-Porque entonces, probablemente, estará usted predispuesto contra el poder. Disgusto, amargura y resentimiento son peligrosas fuentes de errores.
C. S.-¿Y si yo perteneciera a los que tienen poder?
E.-Entonces, probablemente, estaría usted predispuesto a favor del poder. También el interés por el propio poder y por su mantenimiento es, naturalmente, una fuente de errores.
C. S.-¿Quién, entonces, tiene derecho a hablar sobre el poder?
E.-Esto debería decírmelo usted.
C. S.-Yo diría que quizá existe aún otra posición: la de la observación y descripción desinteresadas.
E.-¿Esto sería entonces el papel del tercer hombre o de la inteligencia flotando libremente?
C. S.-¡Y dale con la inteligencia! No empecemos de buenas a primeras con tales presunciones. Intentemos primeramente enfocar con precisión un fenómeno histórico, que todos estamos viviendo y padeciendo. Ya veremos el resultado.
1.
E.-Así, pues, hablamos del poder que ejercen los hombres sobre los otros hombres. ¿De dónde procede realmente el inmenso poder que, pongamos por caso, Stalin o Roosevelt, o quien usted quiera, han ejercido sobre millones de hombres?
C. S.-En tiempos pasados se hubiese respondido a esto: el poder procede de la naturaleza o de Dios.
E.-Me temo que hoy día el poder ya no nos parecerá natural.
C. S.-Eso me lo temo yo también. Frente a la naturaleza nos sentimos hoy muy superiores. Ya no la tememos. Cuando nos resulta molesta, como enfermedad o como catástrofe natural, tenemos la esperanza de vencerla pronto. El hombre -por naturaleza un ser viviente débil- se ha elevado poderosamente sobre cuanto le rodea con ayuda de la técnica. Se ha hecho el señor de la naturaleza y de todos los seres vivientes de este mundo. La barrera que sensiblemente le oponía, en otros tiempos, la naturaleza -con fríos y calores, con hambres y carestías, con animales salvajes y peligros de toda índole- empieza a ceder visiblemente.
E.-Es cierto. Ya no hay que temer a ningún animal salvaje.
C.s.-Las hazañas de Hércules nos parecen hoy bastante modestas; y si hoy un león o un lobo aparece en una gran ciudad moderna, constituiría, todo lo más, un entorpecimiento de la circulación, y apenas se asustarían los niños. Frente a la naturaleza, el hombre se siente hoy tan superior, que se permite el lujo de instalar parques protegidos.
E.-¿Y qué sucede con Dios?
C. S.-Por lo que se refiere a Dios, el hombre moderno -aludo al típico habitante de gran ciudad- tiene también el sentimiento de que Dios retrocede o que se ha retirado de nosotros. Cuando surge hoy el nombre de Dios, el hombre de cultura normal de nuestros días cita automáticamente la frase de Nietzsche: Dios está muerto. Otros, aún mejor informados, citan una frase del socialista francés Proudhon, que precede en cuarenta años a la frase de Nietzsche y que afirma: Quién dice Dios quiere engañar.
E.-Si el poder no procede ni de la naturaleza ni de Dios, ¿de dónde proviene entonces?
C. S.-Entonces solo nos queda una posibilidad: el poder que un hombre ejerce sobre otros hombres procede del hombre mismo.
E.-Así ya me parece mejor. Hombres lo somos todos. También Stalin fue un hombre; también Roosevelt o quienquiera se nos ocurra citar aquí.
C. S.-Esto parece realmente tranquilizador. Si el poder que un hombre ejerce sobre otros procede de la naturaleza, entonces es, o bien el poder del progenitor sobre su prole, o la supremacía de los colmillos, cuernos, garras, pezuñas, vejigas ponzoñosas y otras armas naturales. Podemos prescindir aquí del poder del progenitor sobre su prole. Nos queda, pues, el poder del lobo sobre el cordero. Un hombre que tiene poder sería un lobo frente al hombre que no tiene poder. Quien no tiene poder se siente como cordero hasta que, por su parte, alcanza la situación de poderoso y desempeña el papel del lobo. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini lupus. En castellano: el hombre es un lobo para el hombre.
E.-¡Qué asco! ¿Y si el poder procede de Dios?
C. S.-Entonces, el que lo ejerce, es portador de una cualidad divina; con su poder adquiere algo divino y se debería venerar, si no a él mismo, sí al poder de Dios que lo es inherente. Esto lo confirma el adagio latino Homo homini Deus. En castellano: el hombre es un Dios para el hombre.
E.-¡Esto es demasiado!
C. S.-Mas si el poder no procede ni de la naturaleza ni de Dios, todo lo que se refiere al poder y a su ejercicio acontece exclusivamente entre hombres. Entonces estamos los hombres entre nosotros mismos. Los poderosos están frente a los sin poder, los potentes frente a los impotentes, sencillamente, hombres frente a hombres.
E.-Eso es. El hombre es un hombre para el hombre.
C. S.-Lo confirma el adagio latino Homo homini homo.
2.
E.-Está claro. El hombre es un hombre para el hombre. Sólo porque hay hombres que obedecen a otros hombres les proporcionan a éstos el poder. Cuando dejen de obedecerles, el poder se acabará.
C. S.-Muy exacto. Pero ¿por qué obedecen? La obediencia no será arbitraria, sino que será motivada por algo. ¿Por qué, pues, dan los hombres su consenso al poder? En algunos casos lo hacen por confianza, en otros por miedo, a veces por esperanza, a veces por desesperación. Pero lo que necesitan siempre es protección, y esta protección la buscan en el poder. Desde el punto de vista del hombre, la única explicación del poder es la relación entre protección y obediencia. Quien no tiene el poder de proteger a alguien no tiene tampoco derecho a exigirle obediencia. Y a la inversa, quien busca y acepta protección no tiene derecho a negar la obediencia.
E.-Pero ¿y si el poderoso ordena una cosa injusta? ¿No habría que negar entonces la obediencia?
C. S.-Naturalmente. Pero no hablo de órdenes injustas y aisladas, sino de una situación de conjunto en la que el poderoso y los sometidos a él están ligados en una unidad política. Aquí se alude a que el poderoso puede crear continuamente motivos eficaces, y no siempre inmorales, para la obediencia, mediante el otorgamiento de protección y de una existencia segura, mediante educación e intereses solidarios frente a otros. En resumen: el consenso determina el poder, es cierto, pero el poder determina también el consenso, y no siempre se trata, en todos los casos, de un consenso irracional o inmoral.
E.-¿Qué quiere usted decir con esto?
C. S.-Quiero decir que el poder, incluso allí donde es ejercido con plena conformidad de todos los sometidos al poder, tiene también cierto significado propio y, por así decirlo, una plusvalía. Es más que la suma de todos los consensos que recibe, y aún más que su producto. Fíjese usted lo estrechamente uncido que está el hombre a la estructura social en esta sociedad de división del trabajo. Vimos antes que la barrera de la naturaleza retrocede, pero en compensación avanza y se aproxima la barrera social. Por eso se hace también cada vez más fuerte la motivación para el consenso del poder. Un hombre moderno con poder tiene infinitamente más medios para promover el consenso a su poder que Carlomagno o Barbaroja.
3.
E.-¿Quiere usted decir con esto que el poderoso de hoy en día puede hacer lo que se le antoje?
C. S.-Al contrario. Quiero decir solamente que el poder es una magnitud propia y autónoma, incluso frente al consenso que él mismo ha creado, y ahora quisiera mostrarle que lo es también frente al propio poderoso. El poder es una magnitud objetiva, con leyes propias, frente a cualquier individuo humano que pueda detentarlo.
E.-¿Qué quiere decir aquí magnitud objetiva con leyes propias?
C. S.-Significa algo muy concreto. Dése usted cuenta que también el poderoso más terrible está sujeto a los límites de la naturaleza humana, a la deficiencia de la inteligencia humana y a la flaqueza del alma humana. También el hombre más poderoso tiene que comer y beber como todos nosotros. También él enferma y envejece.
E.-Pero la ciencia moderna nos ofrece medios sorprendentes para superar las barreras de la naturaleza humana.
C. S.-Por supuesto. El poderoso puede hacerse asistir por los médicos más famosos y por los galardonados con el Premio Nobel. Puede ponerse más inyecciones que ningún otro. A pesar de todo, después de algunas horas de trabajo o de vicio acaba por cansarse, y se duerme. Así incluso el terrible Caracala y el omnipotente Genghis Khan dormirían como niños pequeños y, tal vez, además roncarían.
E.-Esto es un panorama que todo poderoso debería tener siempre presente.
C. S.-Muy cierto, y filósofos y moralistas, pedagogos y retóricos se deleitaron en imaginárselo así. Pero no nos detengamos en este tema. Sólo quisiera añadir que el todavía hoy más moderno filósofo del poder puramente humano, el inglés Tomás Hobbies parte de esta debilidad general de todo individuo humano para su construcción del Estado. Hobbies hace la construcción siguiente: de la debilidad resulta una situación de peligro, del peligro el miedo, del miedo el ansia de seguridad, y de todo esto la necesidad de un aparato de protección con una organización más o menos complicada. Pero a pesar de todas las medidas de protección, dice Hobbies, cada uno puede matar a cualquiera en el momento apropiado. Un hombre débil puede, en una situación determinada, liquidar al hombre más fuerte y poderoso. En este sentido, todos los hombres son realmente iguales, es decir, todos están amenazados y expuestos al peligro.
E.-Flaco consuelo.
C. S.-Realmente no quería ni consolar ni asustar, sino solamente dar una imagen objetiva del poder humano. El peligro físico es aquí lo menos problemático y ni siquiera el problema más frecuente. Otra consecuencia de los limites estrechos de cada individuo humano podrá mostrar aún mejor lo que aquí nos interesa, es decir, la normatividad propia y objetiva del poder, incluso frente al poderoso mismo, y la insoslayable dialéctica inmanente de poder y sin poder en la que se ve apresado todo el que tiene poder.
E.-De nada me sirve aquí la dialéctica.
C. S.-Veamos. El individuo humano en cuya mano están por un momento las grandes decisiones políticas tiene que formar su voluntad bajo los supuestos de hecho y con los medios dados. Aun el príncipe más absoluto no puede prescindir de noticias e informaciones, y depende de sus consejeros. Multitud de hechos e informes, propuestas y suposiciones le invaden cada día y a cada hora. De este infinito mar fluctuante de verdad y mentira, realidades y posibilidades, el hombre más inteligente y poderoso no puede sacar más que unas gotas.
E.-En esto ve bien el esplendor y miseria de los príncipes absolutos.
C. S.-Se ve, sobre todo, la dialéctica inmanente del poder humano. Quién despacha con el poderoso o le informa ya participa del poder; y no importa que sea un ministro que refrenda con toda responsabilidad, o alguien que sepa llegar indirectamente al oído del poderoso. Basta que proporcione impresiones al individuo en cuya mano está la decisión por un momento. Así, todo poder directo está inmediatamente sometido a influencias indirectas. Ha habido poderosos que percibieron esta dependencia, lo cual les enfurecía e irritaba. Entonces intentaron escapar a su consejero oficial e informarse por otro conducto.
E.-En vista de la corrupción de las cortes, seguramente llevaban razón.
C. S.-Es cierto. Pero, desgraciadamente, cayeron así en nuevas y, muchas veces, grotescas dependencias. El Califa Harun al Raschid terminó por disfrazarse de ciudadano y recorrió de noche las tabernas de Bagdad para conocer de una vez la pura verdad. No sé qué conoció y bebió en esta dudosa fuente. Federico el Grande, al envejecer, se hizo tan desconfiado que sólo habló abiertamente con su ayuda de cámara Fredersdorff. El ayuda de cámara se convirtió así en un hombre de mucha influencia, si bien continuó siendo igualmente fiel y honrado.
E.-Otros poderosos acaban por confiarse a su chofer o a su amante.
C. S.-Con otras palabras: ante cada ámbito de poder directo se forma una antesala de influencias y fuerzas indirectas, un acceso al oído, un pasillo hacia el alma del poderoso. No hay poder humano sin esta antesala y sin este pasillo.
E.-Pero se pueden evitar muchos abusos con instituciones razonables y disposiciones constitucionales.
C. S.-Se puede ya también se debe. Pero ni la institución más sabia ni la organización más alambicada pueden extirpar totalmente la antesala misma; ningún ataque de ira contra la camarilla o la antecámara puede suprimir la antesala. La antesala misma no se puede evitar.
E.- Más bien parece una escalera de servicio.
C. S.-Antecámara, escalera de servicio, trastero, sótano o lo que sea; la cosa en sí misma está clara y es igual para la dialéctica del poder humano. Durante el curso de la Historia Universal, de todos modos, se reunió en esta antesala del poder una tertulia bastante mixta y variopinta. Allí se reúnen los indirectos. Allí está el viejo Fredersforff, el ayuda de cámara de Federico el Grande, junto a la ilustre emperatriz Augusta, Rasputín junto al cardenal Richelieu, una eminencia gris al lado de una Mesalina. A veces encontramos hombres inteligentes y sabios en esta antesala, a veces empresarios magníficos y mayordomos leales, a veces estafadores y arribistas estúpidos. A veces la antesala es realmente el salón oficial del Estado, donde se reúnen señores serios y con méritos, mientras esperan ser recibidos para presentar sus informes. Pero muchas veces la antesala no es más que un gabinete privado.
E.-O incluso un cuarto de enfermo, donde unos amigos están sentados al lado de la cama de un paralítico y gobiernan el mundo.
C. S.-Cuanto más se concentra el poder en un lugar determinado, en una determinada persona o en un grupo de personas, como en una cúspide, tanto más se agudiza el problema del pasillo y la cuestión del acceso a la cúspide. Y tanto más intensa, encarnizada y sorda se hace entonces también la lucha entre los que tienen ocupada la antesala y controlan el pasillo. Esta lucha en el ambiente nebuloso de las influencias indirectas es tan inevitable como esencial a todo poder humano. En esta lucha se realiza la dialéctica inmanente del poder humano.
E.-¿Pero todo esto no son meramente aberraciones de un régimen personal?
C. S.- No. El fenómeno de la formación del pasillo, del que hablamos aquí, se da diariamente en gérmenes mínimos, infinitesimales, en lo grande y en lo pequeño, en todas partes donde hay hombres que ejercen poder sobre otros hombres. En la misma medida en que se concentra un ámbito del poder, se organiza también inmediatamente, una antesala de este poder. Cada aumento del poder directo espesa y densifica la atmósfera de las influencias indirectas.
E.-Esto incluso puede ser bueno cuando el poderoso no es de ley. Pero aún no veo claro si es mejor el poder directo o lo indirecto.
C. S.-Yo considero ahora lo indirecto solamente como una fase del inevitable desarrollo dialéctico del poder humano. El que tiene poder está tanto más aislado cuanto más se concentra el poder directo en su persona. El pasillo le separa del suelo y le eleva a una especie de estratosfera en donde sólo se puede comunicar con los que le dominan indirectamente, al mismo tiempo que ya no llega a todos los demás hombres que están bajo su poder, y ellos tampoco pueden llegar a él. Esto se hace grotescamente palpable en casos extremos. Pero no es más que la última consecuencia del aislamiento del poderoso en el inevitable aparato del poder. La misma lógica inmanente se opera en innumerables situaciones rudimentarias de la vida diaria, en el transbordo continuo de poder directo e influencia indirecta. Ningún poder humano puede escapar a esta dialéctica de autosostenimiento y autoenajenamiento.
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INTERMEZZO:
BISMARCK Y EL MARQUÉS DE POSA.
La lucha por el pasillo, por el acceso a la cúspide del poder, es una pugna por el poder sumamente intensa, por la cual se realiza la dialéctica inmanente de poder y sin poder humanos. Debemos tener presente este hecho en su cruda realidad, sin retórica ni sentimentalismo, pero también sin cinismo o nihilismo. Por esto quisiera ilustrar el problema con dos ejemplos.
El primer ejemplo es un documento histórico-constitucional. Se trata de la dimisión de Bismarck en marzo de 1890. Se incluye y se comenta detalladamente en el tercer tomo de Pensamientos y recuerdos{/i] de Bismarck. El texto es totalmente, en su estructura, en la expresión del pensamiento y en su tono, en lo que expresa y en lo que silencia, la obra bien pensada de un gran maestro del arte político. Fue el último acto oficial de Bismarck, y lo redactó y perfiló conscientemente como un documento para la posteridad. El viejo y experto canciller, el creador del Reich, se explica con el inexperto y joven rey, el Káiser Guillermo II. Había entre ellos muchos contrastes objetivos y diferencias de opinión en cuestiones de política interior y exterior. Pero el núcleo de la dimisión, el meollo del problema, es algo puramente formal: la pugna por la cuestión de cómo el canciller se puede informar y de cómo él rey y Káiser se debe informar. Bismarck exige plena libertad para entrevistarse con quién quiera o para recibirlo como huésped en su casa. En cambio, al rey y Káiser le niega el derecho de escuchar el informe de un ministro, si Bismarck, el presidente del Consejo, no está presente. El problema del informe inmediato al rey se convierte en el punto crucial de la dimisión de Bismarck. Así comienza la tragedia del segundo Reich. El problema del informe al rey es un problema esencial de toda monarquía, porque constituye el problema de acceso a la cúspide. También el barón von Stein se agotó en la lucha contra los consejeros secretos del gabinete. E incluso Bismarck debía fracasar ante el viejo y eterno problema del acceso a la cúspide.
El segundo ejemplo lo tomamos de la obra dramática de Schiller, [i]Don Carlos. En ella, el gran dramaturgo demuestra su agudeza para captar la esencia del poder. El argumento del drama gira en torno a la cuestión de quién tiene acceso directo al rey, Al monarca absoluto Felipe II. Quien tenga este acceso inmediato al rey participa de su poder. Hasta un determinado momento, el confesor y el general, el duque de Alba, tenían ocupada la antesala del poder y bloqueado el acceso al rey. Repentinamente, aparece un tercero, el marqués de Posa, y los otros dos, inmediatamente, se dan cuenta del peligro. Al final del tercer acto, el drama llega al máximo de la tensión, cuando el rey ordena: El caballero -es decir, el marqués de Posa- será recibido en adelante sin ser anunciado. Esto es de un gran efecto dramático, no solamente para el público, sino también para todas las personas que intervienen en el drama. "Es realmente demasiado", dice don Carlos cuando se entera; "mucho, verdaderamente demasiado". Y el confesor Domingo dice temblando al duque de Alba: "nuestros tiempos han pasado". Después de este momento culminante llega el giro repentino a lo trágico, la peripecia del magnífico drama. Pero como contrapartida de haber conseguido el acceso inmediato al poderoso, el tiro mortal alcanza al desdichado marqués de posa. Lo que él habría hecho con el confesor y con el general, si hubiera podido mantener su posición cerca del rey, no lo sabemos.
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4.
C. S.-Por muy impresionantes que sean estos ejemplos, no se olvide, mi querido señor E, de la relación dentro de la cual nos preocupa todo esto; nos interesa como un momento de la dialéctica inmanente del poder humano. Hay aún algunas cuestiones que podríamos tratar aquí de la misma manera, por ejemplo, el problema abismal de la sucesión en el poder, bien sea un poder dinástico, democrático o carismático. Pero creo que ahora ya está bien claro lo que significa esta dialéctica.
E.- Yo veo siempre únicamente esplendor y miseria del hombre; y usted habla siempre de dialéctica inmanente. Por esto quisiera hacerle ahora una pregunta muy sencilla. Si el poder que ejercen los hombres no procede de Dios ni de la naturaleza, sino que es un asunto interno de los hombres, entonces ¿es una cosa buena, mala o qué es?
C. S.-Esta pregunta es más peligrosa de lo que usted quizá se supone. Porque la mayoría de los hombres contestará con la mayor naturalidad: el poder es bueno si yo lo tengo y es malo cuando lo tiene mi enemigo.
E.-Mejor sería decir: el poder en sí no es ni bueno ni malo; es sencillamente, neutral; es lo que el hombre haga de él; en manos de un hombre bueno, el poder será bueno; en manos de un hombre malo, será malo.
C. S.-¿Y quién decide, en el caso concreto, si un hombre es bueno o malo? ¿El poderoso mismo u otra persona? El hecho de que alguien tenga poder significa, sobre todo, que él mismo lo decide. Esto forma parte de su poder. Si otra persona lo decide, este otro tiene el poder o, por lo menos, lo reclama.
E.-Entonces parece exacto que el poder en sí es neutral.
C. S.-Quien cree en un Dios bueno y todopoderoso no puede afirmar que el poder sea malo ni neutral. Como es sabido, el apóstol del cristianismo, San Pablo, dice en la Epístola a los romanos: No hay poder sino de Dios. El Papa San Gregorio Magno, el arquetipo del pastor papal de los pueblos, explica esto con la mayor claridad y decisión. Escuche usted lo que dice:
Dios es el sumo poder y el sumo ser. Todo poder procede de él y es y permanece en su esencia divino y bueno. Si el diablo tuviera poder, incluso este poder, en cuanto poder, sería divino y bueno. Solamente la voluntad del diablo es mala. Pero a pesar de esta voluntad diabólica siempre mala, el poder en sí permanece divino y bueno.
Así habla el gran San Gregorio. Dice: sólo la voluntad de poder es mala, pero el poder mismo es siempre bueno.
E.-ES realmente increíble. Me parece más convincente la opinión de Jacob Burckhardt, que, como es sabido, dijo: el poder en sí es malo.
C. S.-Examinemos un poco de cerca esta frase famosa de Burckhardt. El párrafo decisivo de sus Consideraciones de la Historia universal dice lo siguiente:
Y ahora se demuestra -piénsese a este respecto en Luis XVI, en Napoleón y en los gobiernos populares revolucionarios- que el poder en sí es malo (Schlosser), y que sin consideración religiosa alguna, se le concede al Estado el derecho del egoísmo que se le niega al individuo.
El nombre de Schlosser fue añadido en paréntesis por el editor de las Consideraciones sobre la Historia universal, Jacob Oeri, un sobrino de Burckhardt, bien como cita, bien como autoridad.
E.-Schlosser, ¿no era un cuñado de Goethe?
C. S.-El cuñado de Goethe se llamó Johann Georg Schlosser. Aquí se trata de Friedrich Christoph Schlosser, autor de una Historia universal humanitaria al cual Jacob Burckhardt citaba con frecuencia en sus clases. Pero los dos, o si usted quiere los tres, Jacob Burckhardt y los dos Schlosser juntos, no llegan a la suela del zapato a Gregorio Magno.
E.-¡Más, a fin de cuentas, ya no vivimos en la temprana Edad Media! Estoy seguro que a la mayoría de la gente le convence hoy día más Burckhardt que San Gregorio Magno.
C. S.-Parece que algo cambió fundamentalmente desde los tiempos de Gregorio Magno con relación al poder. Porque también en la época de San Gregorio Magno había guerras y terrores de toda índole. Por otra parte, los poderosos en los que, según Burckhardt, se muestran especialmente lo malo del poder -Luis XVI, Napoleón y los gobiernos de la revolución francesa- son poderosos bastante modernos.
E.-Estos ni siquiera estaban motorizados. Y no sospecharon nada de bombas atómicas o bombas H.
C. S.-No podemos considerar a Schlosser y a Burckhardt como santos, pero sí como a hombres piadosos, que no han hecho a la ligera semejante afirmación.
E.-¿Y cómo es posible que un hombre piadoso del siglo VII considera al poder bueno, mientras que hombres piadosos de los siglos XIX y XX lo consideran malo? Tiene que haber cambiado algo esencial.
C. S.-Creo que en el último siglo se nos reveló, de manera especial, la esencia del poder humano. Es raro que la teoría del poder malo se haya divulgado precisamente desde el siglo XIX. Y habíamos pensado antes que el problema del poder estaría solucionado o, por lo menos, desagudizado si el poder no procede de Dios ni de la naturaleza, sino que es algo que los hombres arreglan entre sí. ¿Qué puede aún temer el hombre si Dios está muerto y el lobo ni siquiera asusta a los niños? Pero precisamente desde la época en que parece conseguirse la humanización del poder -desde la revolución francesa- se extiende irresistiblemente la convicción de que el poder en sí es malo. Las afirmaciones Dios está muerto y El poder es en sí malo proceden de la misma época y de la misma situación. En el fondo, ambas dicen lo mismo.
5.
E.-Creo que esto requiere alguna explicación.
C. S.-Para comprender bien la esencia del poder humano, tal como se manifiesta en nuestra situación actual, lo mejor será que utilicemos una relación descubierta por el ya mencionado Tomás Hobbes, que sigue siendo todavía el filósofo más moderno del poder puramente humano. Expresó y definió esta relación con toda exactitud, y, por esto, le llamaremos "relación hobbesiana de peligrosidad". Hobbes dice: "El hombre es tanto más peligroso que un animal para otros hombres, de los cuales se cree amenazado, cuanto las armas del hombre son más peligrosas que las del animal." Esta es una relación clara y decidida.
E.-Ya Oswald Spengler ha dicho que el hombre es una fiera.
C.S.-Perdone usted. La relación de peligrosidad, expuesta por Tomás Hobbes, no tiene que ver lo más mínimo con la tesis de Oswald Spengler. Hobbes, por el contrario, supone que el hombre no es un animal, sino algo muy distinto, por una parte menos, por otra parte mucho más. El hombre es capaz de compensar su debilidad y sus deficiencias biológicas de una manera impresionante por medio de invenciones técnicas, e incluso de supercompensarlas. Preste usted atención. Ya por el año 1650, cuando Hobbes expuso esta relación, las armas del hombre -flecha y arco, hacha y espada, fusil y cañón- eran muy superiores y bastante más peligrosas que las garras de un león o los dientes de un lobo. Pero hoy la peligrosidad de los medios técnicos ha crecido hasta el infinito. En consecuencia, también aumentó la peligrosidad del hombre frente a otros hombres. Por esto, la diferencia entre poder y falta de poder crece de una manera tan desmesurada que incluso la noción del hombre mismo está puesta nuevamente en trance existencial.
E.-Esto no lo puedo comprender.
C. S.-Pues escuche usted. ¿Quién es aquí, realmente, el hombre? ¿El que produce y aplica estos medios modernos de destrucción, o aquél contra quién se aplican? No avanzamos ni un paso cuando decimos: El poder, al igual que la técnica, no es en sí ni bueno ni malo, sino neutral; es, por consiguiente, lo que el hombre hace de él. No haríamos más que eludir la verdadera dificultad, es decir, la cuestión de quién decide sobre bueno y malo. El poder de los modernos medios de destrucción sobrepasa tanto la fuerza de los individuos humanos que los inventan y aplican, cuanto las posibilidades de máquinas y procedimientos modernos sobrepasan la fuerza de músculos y cerebros humanos. En esta estratosfera, en este espacio supersónico, la buena o mala voluntad humana ya no cuenta nada. El brazo humano que sostiene la bomba atómica, el cerebro que enerva los músculos de este brazo humano, no son, en el momento decisivo, los miembros de un individuo particular, sino más bien una prótesis, una parte de la estructura técnica y social que produce y aplica la bomba atómica. El poder del poderoso concreto no es más que el exudado de una situación resultante de un sistema de división del trabajo incalculablemente excesivo.
E,-¿No es acaso grandioso que nosotros hoy penetremos en la estratosfera, o en las barreras supersónicas, o en los espacios siderales, y que tengamos máquinas que calculan mejor y más rápidamente que cualquier cerebro humano?
C. S.-En este "nosotros" está el problema. Porque ya no es el hombre como hombre quien realiza todo esto, sino una reacción en cadena provocada por él. Al traspasar los limites de la naturaleza humana, trascienden también todas las medidas interhumanas de cualquier posible poder de hombres sobre nosotros. Arrolla también la relación de protección y obediencia. Aún más que la técnica, el poder ha escapado de las manos del hombre, y los hombres que ejercen el poder sobre otros con la ayuda de semejantes medios técnicos ya no son iguales a aquellos que están expuestos a su poder.
E.-Pero aquellos que inventan y producen los modernos medios de destrucción también son solamente hombres.
C. S.-También frente a ellos el poder -aunque producido por ellos mismos- es una magnitud objetiva de leyes propias que excede infinitamente la capacidad física, intelectual y psíquica de cualquier inventor humano. Al inventar estos medios de destrucción, los inventores colaboran inconscientemente en la creación de un nuevo Leviatán. Ya el bien organizado Estado moderno europeo de los siglos XVI y XVII fue un producto técnico artificial, un superhombre creado por hombres y compuesto de hombres. Con superpoder, bajo la imagen de Leviatán, como el gran hombre, el makros antropos, se enfrentaba al pequeño hombre, al mikros antropos, a los individuos que lo producían. En este sentido, el Estado europeo de la Edad Moderna, de perfecto funcionamiento, fue la primera máquina moderna y al mismo tiempo el presupuesto concreto de todas las demás máquinas técnicas. Era la máquina de las máquinas, la machina machinarum, un superhombre compuesto de hombres, que se logra gracias al consenso humano. Precisamente porque se trata de un poder organizado por hombres, Burckhardt lo considera malo en sí. Por esto no se refiere a Nerón o Genghis Khan en su famosa frase, sino a poderosos europeos típicamente modernos: Luis XIV, Napoleón y los gobiernos populares revolucionarios.
E.-Quizá todo esto cambiará y se arreglará con otras invenciones científicas.
C. S.-Sería muy bueno. Pero ¿cómo quiere usted modificar el hecho de que actualmente poder y sin poder no se encuentren frente a frente ni se miren de hombre a hombre? Las masas de hombres que, impotentes, se sienten expuestos a los efectos de los modernos medios de destrucción saben, sobre todo, que son impotentes. La realidad del poder arrolla a la realidad del hombre.
No digo que el poder de hombres sobre hombres sea bueno. Tampoco digo que sea malo. Y mucho menos digo que sea natural. Y, como hombre que piensa, me avergonzaría decir que el poder es bueno si yo lo tengo y malo si lo tiene mi enemigo. Digo exclusivamente que es una realidad autónoma frente a cualquiera, incluso frente al poderoso, y que lo implica en su dialéctica. El poder es más fuerte que cualquier voluntad de poder, más fuerte que cualquier bondad humana y, afortunadamente, también más fuerte que cualquier maldad humana.
E.-Por una parte, es tranquilizador que el poder, como magnitud objetiva, sea más fuerte que toda maldad de los hombres que lo ejercen; pero, por otro lado, no es muy satisfactorio que sea también más fuerte que la bondad de los hombres. Y esto lo encuentro poco positivo. Espero que usted no sea maquiavelista.
C. S.-Seguro que no lo soy. Además, el mismo Maquiavelo tampoco era maquiavelista.
E.-Esto me parece demasiado paradógico.
C. S.-Yo lo encuentro muy sencillo. Si Maquiavelo hubiera sido maquiavelista, seguramente no habría escrito libros que le dieran mala fama. Habría publicado libros piadosos y edificantes y, mejor aún, un anti-Maquiavelo.
E.-Entonces, naturalmente, sí que habría sido listo. Pero, en medio de todo, debe haber algunas aplicaciones prácticas de la opinión de usted. En definitiva, ¿qué debemos hacer?
C. S.-¿Qué debemos hacer? ¿Recuerda usted el principio de nuestro diálogo? Usted me preguntó si yo mismo tengo poder o no. Pues ahora, volviendo la oración por pasiva, yo le pregunto: ¿usted mismo tiene poder o no lo tiene?
E.-Parece que usted quiere evitar mi pregunta sobre la aplicación práctica.
C. S.-Todo lo contrario. Quería procurarme la posibilidad de dar una contestación sensata a su pregunta. Si alguien se quiere informar sobre aplicaciones prácticas y útiles respecto al poder, es que será distinto si él mismo tiene o no tiene poder.
E.-Es cierto. Pero usted está repitiendo continuamente que el poder es algo objetivo y más fuerte que cualquier hombre que lo maneje. Por consiguiente, tiene que haber algunos ejemplos de aplicación práctica.
C. S.-Hay innumerables ejemplos, tanto para el que tiene poder como para el que no lo tiene. En realidad, ya sería un gran éxito conseguir que el poder concreto apareciera pública y visiblemente en el escenario político. Al poderoso, le recomendaría, por ejemplo, que no apareciera nunca en público sin atuendo ministerial u otro correspondiente. A un sin poder le diría: no creas que ya eres bueno porque no tienes poder. Y si sufre porque no tiene poder, le recordaría que el ansia de poder es tan autodestructora como el ansia de placer o de otras cosas que saben a poco. A los miembros de una asamblea constituyente o consultiva, les recomendaría encarecidamente el problema del acceso a la cúspide, para que no crean que el gobierno de su país se puede organizar según un esquema cualquiera, como un oficio sobradamente conocido. En resumen; ya ve usted que hay muchísimas aplicaciones prácticas.
E.-Pero ¿y el hombre? ¿Dónde queda el hombre?
C. S.-Todo lo que un hombre -tenga o no tenga poder- piensa o hace pasa por el pasillo de la consciencia humana y de otras potencias humanas individuales.
E.-Entonces, ¡El hombre es un hombre para el hombre!
C. S.-Sí, lo es. Pero siempre en un sentido muy concreto. Esto significa, por ejemplo: el hombre Stalin es un Stalin para el hombre Trostki; y el hombre Trostki es un Trostki para el hombre Stalin.
E.-¿Es esta su última palabra?
C. S.-No. Quisiera explicarle, solamente, que esta fórmula tan bonita, el hombre es un hombre para el hombre -homo homini homo- no es una solución, sino el principio de nuestra problemática. Lo afirmo con un sentido estricto, pero positivo, tal como lo expresa el magnífico verso
Ser hombre sigue siendo,
sin embargo, una decisión.
Esta será mi última palabra.
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RESUMEN RETROSPECTIVO DEL CURSO DEL DIÁLOGO.
Preámbulo.
1.-Star: el hombre no es ni lobo/ni Dios/ sino hombre.
2.-Escala: el consenso provoca el poder/el poder provoca el consenso.
3.-Estación: la antesala del poder y el problema del acceso a la cúspide.
Intermezzo: Bismarck y el marqués de Posa.
4.-Pregunta sencilla: el poder en sí, ¿es bueno?/¿es malo?/¿es neutral?
5.-Resultado claro: el poder es más fuerte que bondad/o maldad/o neutralidad del hombre.
FIN.